domingo, 12 de junio de 2011

"LA PRIMERA Y LA ULTIMA", de Alicia Muñoz

Antes de empezar
Como ya decíamos en artículos anteriores, Barcelona se ha convertido en una pequeña capital titiritera digna de ser tenida en cuenta, gracias a los numerosos grupos que residen en ella, a los eventos festivos y a los constantes estrenos. El último al que he tenido ocasión de asistir es el de la mejicana Alicia Muñoz, de la compañía “A la otra orilla”, con la obra “La primera y la última”. El estreno tuvo lugar en la barcelonesa librería Pròleg, dedicada a la mujer y que se ubica en la calle Sant Pere Més Alt, 46.

Hace años que Alicia Muñoz reside en Barcelona dónde ha establecido la base de sus actividades. Sus espectáculos hasta ahora han sido de calle y basados en marionetas de hilo, muy en la línea de las utilizadas por Pepe Otal, pues no en vano vivió en su taller hasta la muerte de éste. Romper con este pasado y establecer una línea propia de trabajo era el reto que se propuso Alicia cuando decidió embarcarse en este proyecto. Tras ver los resultados, puedo decir que lo ha conseguido con creces y con la nota muy alta.

Ha entrado Alicia en este grupo de creadores (o mejor dicho, de “creadoras”, pues domina en él el género femenino) decididas a trabajar desde propuestas arriesgadas, honestas y personales. Es decir, desde una actitud de compromiso hacia uno mismo y hacia el mundo que nos rodea. Cuando se entra en estos territorios, se requiere mucho coraje y una decisión muy clara de ir hasta dónde haga falta llegar. El tema escogido por Alicia es el de las mujeres desaparecidas de Juárez, en México, para lo cual ha realizado un profundo trabajo de documentación. Una opción que indica también un deseo de resituarse respecto a sus raíces, volviendo la mirada a su país tras años de ausencia.

Alicia Muñoz tras la función
Pero lo que ha logrado Alicia con “Las primeras y las últimas” es crear una obra que enlaza la temática local de las mujeres desaparecidas con una temática más universal sobre el destino de las mujeres que se enfrentan solas a un mundo hostil, desagradecido, injusto, huraño y carente de los valores humanos más elementales. Es la misma presencia de la titiritera, que se presenta ante el público descalza, con un simple vestido negro y una extraordinaria dignidad, entre humilde y aplomada, lo que desarma al público y lo sitúa en un ámbito de esencias arquetípicas. El texto que abre y cierra el espectáculo nos sumerje ya en este contexto de realidades profundas. Después, es el tono mismo de la representación, que se desarrolla a un ritmo lento e inquietante, el que nos introduce en el interior de un verdadero rito de vida y de muerte: en él, la titiritera, encarnada en el personaje femenino de la obra, se afirma y se libera reviviendo el drama cotidiano de las mujeres de Juárez. Un drama que se muestra con una desnudez aplastante dentro del mismo cuerpo de la mujer, representado por un busto que centra la escena de principio a fin.

La sencillez desnuda del espectáculo más la simple iluminación de las velas que rodean el “retablo”, de función casi “litúrgica” más que teatral, es el gran acierto de la propuesta de Muñoz y la clave del impacto que produce. Hecho con poquísimos medios, su mérito es haber creado este personaje que interpela al público, a través del desdoblamiento ritualístico, desde la humildad desnuda de quién sale al escenario con la verdad por delante.

Creo que Alicia Muñoz tiene entre manos una pequeña joya que, tras ser pulida con el rodaje y los cuatro toques técnicos que le quedan por acometer, correrá por los festivales del país y seguramente por los de México. El logro de su esfuerzo bien lo merece.

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