jueves, 21 de julio de 2011

El Kanze Noh Teatro.


Exterior del Kanze Noh Teatro
 Hoy, día libre en Tokio, lo hemos aprovechado para ver una representación de Teatro Noh en el Kanze Noh Theater, uno de los espacios de la capital dedicados a esta tradición teatral japonesa.

Actuaba la compañía Umewaska Kennokai Noh Theatre, cuyo director, Manzaburo Umewaka, pertenece al linaje de los Umewaka, un nombre de referencia en la història del Noh. El espectáculo estuvo compuesto de tres obras que se sucedían con breves descansos durante cuatro horas: “Ugetsu”, obra de Noh centrada en la figura del monje poeta Saigyo, una obra de Kyogen llamada “Tsutoyamabushi” y que significa ¿quién se ha comido mi desayuno? (el Kyogen es un intermedio cómico cuyos personajes se apartan de la gravedad del Noh y tienen por misión entretener al público y descargar a su vez la extraordinaria tensión creada por la anterior representación), y para terminar otra obra de Noh titulada “Semimaru”, centrada en la figura trágica de un príncipe ciego rechazado por su padre el emperador y que es condenado a muerte y salvado por su servidor, quién lo disfraza de monje y lo oculta en medio del bosque.

Interior del teatro antes de la función
Había visto alguna representación de Noh en Barcelona, pero la verdad es que no me percaté de la intensidad que tiene esta forma teatral antigua que de un modo indirecto, tanto se acerca al mundo de las marionetas. Lo que caracteriza al Teatro Noh es la extrema contención de sus modos de representación, realizada a través de una férrea disciplina de los tiempos, los movimientos y los sonidos, de manera que a mayor sometimiento de la vitalidad espontánea en la expresión, mayor intensidad de las emociones expresadas. Hay dos tipos de actores en una obra Noh: los humanos y los “extraordinarios”, ya sean éstos dioses, espíritus, genios, otros seres fantásticos, héroes, grandes sabios y poetas, o personajes trágicos que transitan de un mundo al otro. Los humanos son los que asisten a los “extraordinarios” y también son los componentes del coro que cantan el texto instalados en un lateral del escenario. Entre ambos extremos están los músicos, humanos pero que, a través de la música, en contacto con los mundos superiores. Sus funciones son, en cierta forma, de “mèdium”. Esto les permite entrar en escena por la “puerta grande” (alta y solemne, con unos cortinajes que unos tramoyistas levantan cada vez que pasa un actor o un músico, y que da al pasillo que conduce al escenario), mientras que los "humanos" (el coro y los asistentes) lo hacen por la “puerta pequeña” (una puerta en efecto baja y pequeña que obliga a inclinarse a quiénes pasan por ella), para indicar su condición humilde o inferior.

Para conseguir que sus personajes sean “extraordinarios”, los actores Noh usan de un riquísimo vestuario que tiende a exagerar sus formas, ya sea mediante pantalones enormes que convierten las piernas en columnas cúbicas, o ya sea mediante capas, suplementos en el cuerpo o sombreros altos y extravagantes que indican su naturaleza superior. Pero lo que realmente los acerca al “otro mundo” es el gesto y la voz. Sus movimientos son lentos hasta la exasperación y milimétricamente definidos. La voz es más un canto que alarga las sílabas y las palabras, buscando un efecto más emotivo que semántico. Toda la contención está centrada en limitar y corregir la expresión normal de las emociones, las cuales así aparecen en escena realzadas con una insólita intensidad. La música es la otra herramienta usada para conseguir esta contención emocional, con ritmos son pocas veces regulares aunque sí se repiten secuencias parecidas. El coro, por su parte, de una marcada solemnidad, recita el texto de la historia con distanciada y estirada expresión, en un tono de intensa gravedad al ser todas las voces masculinas.

Máscara Noh
Pero sin duda lo que aumenta este carácter “extraordinario” y acerca tanto los actores del Noh a la marioneta, és la máscara: cuando un personaje la lleva, está de algún modo poseído por ella, férreamente atrapado por la gravedad hierática, casi “inanimada” y de efigie, de la máscara. Los personajes que la llevan suelen ser los protagonistas de la historia y por ello, o bien son dioses, grandes seres o espíritus, o bien son personajes reales atrapados intensamente por la tragedia, cerca pues de la muerte. La máscara somete la psicología de los actores y los convierte en marionetas de carne y hueso. Cuando los asistentes acuden, con gestos humanos normales para arreglar el vestido, adecuar una máscara o cambiar el sombrero del personaje, la sensación de que nos encontramos ante unos manipuladores mortales con la función de cuidar y asistir a unas marionetas, es total.

Curioso que mientras en el Bunraku, los manipuladores invisibles (cubiertos de negro) buscan dar vida a los muñecos para que estos sean creíbles, en el Teatro Noh se hace el proceso inverso: se intenta privar de vida a los actores-personajes para que éstos sean lo más intensamente “muertos” e inanimados, a modo de efigies o espectros encarnados que, sin embargo, se mueven y expresan intensamente, por omisión (por contención máxima) sus emociones. Emociones, claro está, profundas, arquetípicamente asociadas a los grandes momentos de un ser inteligente. Es decir, se hace todo lo posible para que se acerquen más a la naturaleza “inanimada” de las marionetas (más cercanas a los dioses) que a la viva de los mortales.

Una contención que eleva el Noh hacia una refinadísima abstracción, la que deriva de esta economía radical de gestos, sonidos, tiempos y expresiones, y que convierte la representación en un verdadero rito de conexión con los mundos ocultos y superiores, dónde viven los dioses y los espíritus, más todo lo que nuestra imaginación es capaz de ver e inventar.

Curioso que esta forma tan elaborada de abstracción escénica provenga de una tradición tan antigua como es la del Teatro Noh. Lo que tal vez explica, o ilustra, ese profundo conservadurismo de la sociedad japonesa: ante la contingencia de lo efímero, tan expuesto al capricho de los elementos en unas islas de volcanes y terremotos, se entiende que sus pueblos vivas aferrados a las viejas tradiciones, fijando las mismas en el más profundo y minimalista de los sentidos, pues así se garantiza, a través del rito escénico petrificado, la pervivencia de lo que es “eterno” y no muere nunca, al perdurar en el espacio de lo “sagrado”.

Reflexiones que surgen a tropezones en este primer día en Tokio de mis Rutas de Polichinela.

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