sábado, 29 de enero de 2011
Suspendido el viaje a Egipto
Cambio de tercio en Egipto, explosión social, hartazgo de muchos lustros de explotación. Ojalá el cambio sea bueno y haya valido la pena el esfuerzo. Los títeres deberán esperar mientras la historia se recoloca en esta parte del mundo. Los interesados pueden leer el diálogo sobre el tema que mantuve con mis amigos Bastides y Mercadal, los futurólogos de la playa, en el Retablo de mi Blog.
miércoles, 26 de enero de 2011
Doblares de campanas en Barcelona: Jardín Umbrío, Arbequina y Don Juan
Jadín Umbrío
Se presentó en el Horiginal –un espacio realmente insólito y activísimo de Barcelona, restaurante y al fondo una sala para presentaciones, jam-sessions, poesia y encuentros filosóficos, que llevan el escultor Ferran García y el poeta Josep Pedrals– el estreno de la nueva obra de Pep Gómez y Andrea Lorenzetti, que llevaba ya un tiempo cocinándose y del que a veces se había presentado algún fragmento suelto. Por fin la obra estaba terminada, y los afortunados que acudimos a la cita tuvimos el privilegio de asistir a una memorable representación, de corte familiar e intimista, en la que las contundentes palabras de Valle-Inclán y de Álvaro Cunqueiro resonaron con fuerza junto a los sonidos de Pep Pasqual, este músico inclasificable y genial, que tanto puede despuntar en un concierto de jazz como saxofonista solista, como en un espectáculo teatral ejerciendo de “pintor sonorista” del mismo.
Inició la sesión el gallego Francisco Borxa –que suele actuar con Lorenzetti en “Os títeres da Via Láctea”– con una queimada acompañada de invocación que pretendía iniciar al público en los mundos ocultos y tenebrosos de la obra que se iba a presentar. Sus palabras retumbaron con fuerza en el espacio del Horiginal y todos quedamos impresionados y satánicamente bendecidos para entrar en los umbrales del más allá.
Luego, con las pinceladas sonoras de Pep Pasqual, que ejercía de músico invisible y discreto junto a los titiriteros, se inició el doblar de campanas de esta obra fúnebre que recoge cuatro de los cuentos con los que Valle-Inclán quiso retratar los ambientes lúgubres de su Galicia natal.
Creo que el gran acierto de la obra radica en la feliz combinación que se ha hecho de los textos de Valle-Inclán y del mundo de ultratumba de Cunqueiro a través de sus Crónicas do Sochantre (1956). La carroza de muertos que lleva a dos cadáveres, uno de ellos con el puñal todavía clavado en la garganta, carroza vista primero en un plano general, y luego en un primer plano interior, por el que vemos a los dos muertos dialogar en gallego mientras se dirigen al cementerio, es un gran hallazgo dramatúrgico de la obra. Su trote macabro y sosegado, cuya cadencia sostiene las conversaciones de los difuntos, hila las cuatro escenas de Valle-Inclán y consigue un distanciamiento irónico y fúnebre, a veces hilarante, como cuando otro muerto al que han incinerado habla sacando chorros de su propia ceniza de la urna.
Historias de curas montaraces y asesinos dubitativos, de brujas poseídas por el demonio y esposas de maridos encarcelados, de máscaras grotescas y fiambres coronados reyes del Carnaval, de bandidos siniestros cuyo capitán se enamora de la mano que acaba de cortar cuando asomaba tras una reja… Un repertorio valle-inclanesco de personajes sombríos y situaciones grotescas que encuentra en las marionetas a sus mejores actores. Las voces de los dos titiriteros acompañan con adecuado tono la obra: la fúnebre y solemne voz de Pep Gómez, y la más juguetona de Andrea Lorenzetti, ambos de dicción atropellada, como corresponde a unos personajes que no hablan en los escenarios de la Academia sino desde las profundidades de la Ultratumba.
La obra está provista de una iluminación tenue y sutil, con una puesta en escena sencilla de corte artesano, es decir, en la que todo está a la vista y en la que caben los errores y los retrasos, pues es voluntad de los titiriteros que así sea, buscando un tono de intimidad mortuoria, la que existe cuando se han abandonado las banalidades del oropel y de la apariencia, y sólo queda lo esencial. La desnudez estilística casa bien con el espresionismo esperpéntico de Valle y con los habitantes del más allá. También la música crea tiempos sutiles, sin grandes pronunciamientos, con pinceladas que sin embargo van marcando los ritmos interiores de la acción, los pesares y las nostalgias de los protagonistas, la mayoría muertos o a punto de estarlo.
Una nueva obra del tándem Gómez-Lorenzetti, que parecen muy compenetrados en su labor, gracias seguramente a un aplomo compartido, el que trae los años en el caso de Pep, y el de quién busca con la tozudez del aprendiz en el caso de Andrea. La vetusta sabiduría de la madurez junto al osado denuedo de la juventud. Unidos también por la voluntad de crear mundos oscuros y fantasmales, reflejos de un tiempo, el actual, que dejó de brillar con el fulgor del oro.
Jardín Umbrío, con una buena continuidad de representaciones que asientan la obra y la aplomen respecto al ritmo, la dicción y otros detalles, puede convertirse en una obra de culto para paladares inquietos.
Arbequina
Dora Cantero es una joven y talentosa titiritera de Murcia que ha decidido instalarse en Barcelona para profundizar en sus indagaciones marionetísticas. La vi en la obra “Guyi, Guyi…”, de Periferia Teatro, un espectáculo logradísimo que no cesa de recoger éxitos, y leí el blog de sus viajes por Japón, dónde acudió para estudiar las tradiciones titiriteras del País del Sol Naciente, que son muchas como todo el mundo sabe.
Presentó en la Casa-Taller de Pepe Otal –cada día más activo y con un público fiel que suele llenar todas sus sesiones, como ocurrió el otro día– su último espectáculo, Arbequina, de creación propia en todos sus componentes, pues está basado en una búsqueda personal de la autora sobre sus antepasados. Importante destacar la presencia de Mina Ledergerber en calidad de música acompañante muy presente en la escena, con su acordeón, clarinete y otros artilugios sonoros. El resultado es una obra entrañable, intimista y poética representada básicamente con objetos y con la misma Dora Cantero como personaje que cuenta la historia de su familia.
El tono, íntimo y personal, sirve de anzuelo para conquistar al público ya desde el inicio, con una entrada muy lograda de aparente espontaneidad, que establece las reglas de juego y una de las temáticas principales de la obra: los miedos y el cómo vencerlos. ¿Cómo?, contándolos. Y eso es lo que hace la actriz de Arbequina, contar sus miedos. Para entenderlos, debe remontarse a sus muertos, un viaje en el tiempo subiendo, o tal vez bajando, por las ramas genealógicas de la familia. La invocación a los ausentes es poética y se consigue a través de los objetos. Recuerdos y objetos que Dora saca de los baúles y los desvanes de su pasado familiar y que “hablan” al tomar vida en las manos de la titiritera. Se convierten en personajes al dejarse poseer por el espíritu de los ancestros invocados. Espeluzna el rostro de la tatarabuela, que parece un cosido de ectoplasma con botones y filamentos rojos, sacado de algún baúl de arcaica brujería. La gravedad de los espíritus y de sus presencias inquietantes se equilibra con la propia interpretación de la actriz, agarrada a la familiaridad con la que se dirige al público, una naturalidad con trampa, pues en realidad es el artificio para dramatizar desde una perspectiva de corte sentimental. Y es en este doble dramatismo, el surgido de la invocación a los muertos, y el creado por el doble diálogo de la actriz con sus muñecos y con el público, dónde a mi parecer reside el secreto del espectáculo y la razón de que acabe embelesando a los espectadores.
El acompañamiento sonoro de Mina, por otra parte, da profundidad y un feliz contrapunto al espectáculo, gracias al tono fesco, desacomplejado, íntimo y a la vez distante, de la genial música suiza, que rompe y contrapesa el lado más sentimental del mundo de los recuerdos. Su voz desgarrada parece surgir de un cabaret alemán de los años veinte y su estilo desenfadado funciona a modo de vacuna y de magnífico apoyo teatral.
Una obra, en definitiva, compleja y profunda que consigue aparentar sencillez e intimidad familiar, y que cala hondo en la imaginación del público. Viendo el espectáculo, pensé en las últimas obras de Mariona Masgrau, que solía recurrir a estos registros ambiguos y personales, de mucho riesgo y valentía. Algo que la de Murcia posee con creces y que augura futuros brillantes.
Don Juan
Fue un placer ir a la Beckett y constatar como la antigua Sala Altermativa, hoy reinventada en Sala dedicada a la nueva dramaturgia, con su Obrador (taller laboratorio) al lado, opta de vez en cuando por programar espectáculos de marionetas. Conozco a su director, Toni Casares, y sé que siempre ha gustado de este género para él extraño, sobretodo cuando se atreve a jugar con texto y propuestas dramatúrgicas arriesgadas.
Miquel Gallardo, que ya sobresalió con su anterior trabajo “L’Avar”, una obra que se sigue representando con éxito por el mundo, ha decidido en esta ocasión lanzarse al ruedo de los solistas, en una obra que requiere un alto voltaje de virtuosismo. Tomó la alternativa y a fe mía que salió airoso de la faena, llevado en ombros por la plaza y con las dos orejas y el rabo.Su trabajo es impecable, y la versión que han hecho él y Paco Bernal, logradísima. Enfrentarse a Don Juan no es nada fácil, un personaje que de tanto ser tratado, estudiado, interpretado, defendido y vilipendiado, presenta una complejidad de aristas y de enfoques de difícil abordaje. Creo que el texto ha logrado acercarse muy bien a la psicología donjuanesca, sobretodo al recurrir a la vejez del personaje. El triángulo entre los dos monjes, el joven y el viejo, con Don Juan, sirve además para crear una muy buena trama de intriga y drama, el hilo que engarza los diferentes momentos de la obra.
Pero la gracia del espectáculo que dirige María Castillo es, sin duda, que sólo haya un único manipulador, él mismo en el papel de monje joven y a su vez manipulador de las figuras de Don Juan y del otro monje. Aquí reluce el virtuosismo de Gallardo, en el juego escénico y en las voces, parangonable al de maestros como Neville Tranter, sin duda el referente obligatorio. La obra se desarrolla con ascética fluidez, bien dirigida por el disciplinado trabajo del monje joven, a ritmo del doblar de campanas y de las horas del convento. El juego de voces es magnífico, así como las soluciones escénicas, sencillas pero que llenan todo el espacio de la Beckett. Esa transición entre lo exterior y lo subjetivo que permite el teatro de marionetas está aquí perfectamente logrado, con momentos de gran intensidad lírica y emotiva.
La versión ha recurrido a varios autores: Zorrilla, por supuesto, y también a Tirso, Molière y Palau i Fabre. Sin estar, había algo del Estudiante de Salamanca, de Espronceda, especialmente en el final, una obra que trata el tema donjuanesco bajo la figura de Don Félix de Montemar. Pero si en la versión de Gallardo y Bernal la Muerte llega en dulce y liberador abrazo, tan anhelado por el Burlador, a través del inspirado texto de Palau i Fabra, en el Estudiante de Salamanca, la conquista del abrazo final es sorpresa amarga para Don Félix. Cito, a modo de homenaje al personaje y a la obra que tanto me gustó, estos versos finales de Espronceda que dramatizan en negro lo que será su último y eterno concubinato:
Y a su despecho y maldiciendo al cielo,
de ella apartó su mano Montemar,
y temerario alzándola a su velo,
tirando de él la descubrió la faz.
¡Es su esposo!, los ecos retumbaron,
¡La esposa al fin que su consorte halló!
Los espectros con júbilo gritaron:
¡Es el esposo de su eterno amor!
Y ella entonces gritó: ¡Mi esposo! ¡Y era
-¡desengaño fatal! ¡triste verdad!-
una sórdida, horrible calavera,
la blanca dama del gallardo andar!...
miércoles, 19 de enero de 2011
Las marionetas del Museo de Moravia de Brno
Se trata de una colección impresionante de marionetas populares pertenecientes a las compañías de familias ambulantes del país que estaban en activo durante parte del XIX hasta bien entrado el siglo XX. Me las enseñó el director del Departamento de Teatro del Museo, el profesor Jaroslav Blesha, encargado del mantenimiento de las colecciones y un profundo conocedor de la historia de las marionetas de este país. Su libro "Marionetas Checas" (ceska loutka) escrito con Pavel Jirásek y con imágenes del fotógrafo Váctar Jirásek, editado por Kant, Praga, en 2008, es una maravilla en la que se desvela la riqueza de la tradición marionetística checa, de una calidad excepcional.
Por cierto, que Kasparek, el personaje en el que se encarnó el espíritu de Polichinela en esta zona, es el único de la familia que lleva bigote y perilla.
Adjunto pues este pequeño reportaje casero que da una idea de las maravillas que se encierran entre las paredes del Museo de Moravia de Brno.
domingo, 16 de enero de 2011
Les Marionnettes des Champs Élysées
En mi último día de estancia en París, me acerqué al teatrillo que lleva el asturiense José Luís González y al que conozco desde hace años, llamado Marionnettes des Champs Élysées (en efecto, se encuentra en los jardines de esta avenida, en la parte de atrás del Théâtre Marigny, cerca de la salida de metro Champs-Élysées-Clemenceau) pero en cuyo frontispicio figura la denominación "Théâtre Vrai Guignolet".
Y es que el personaje principal de las historias que se cuentan no es ni Polichinelle ni Guignol, sino Guignolet. ¿Acaso hay diferencias entre estos dos últimos?, se preguntará el entendido y el profano. Pues sí que las hay según el titiritero que allí reside y que suele actuar todos los miércoles, sábado y domingos, en tres sesiones de tarde a las 15h, 16h y 17h. Me contó José Luís González que Guignolet es, para él, el verdadero Guignol de París, que no procede del de Lyon, sino que tuvo un origen propio y local, en coincidencia con su compadre del sur. Se trata de una teoría que piensa exponer en el libro que se encuentra en estos momentos redactando sobre el personaje y que promete aclarar éstas y otras muchas cosas sobre la discutida temática.
Por lo visto, y por lo que me contó el titiritero, este teatro des Champs-Éluzées sería el más antiguo de París, pues se supone que ha existido siempre en el mismo lugar (aunque no necesariamente con la misma forma) desde 1818.
Vi a José Luís González en buena forma. Actuó con una de las obras del repertorio tradicional heredado del viejo Guentleur, llamada "El Paseo de Guignolet", un ejercicio muy logrado de manipulación a la vieja usanza, con los personajes del presentador, un señor con bigotito encargado de abrir y cerrar las cortinas, Guignolet, su mujer y su hijo. Aparecen luego un ratoncito de color verde y el inevitable Gendarme, que recibe los obligados estacazos del protagonista. El público, compuesto de vecinos que traían a sus niños pequeños al parque y que en su mayoría ya conocían al personaje, siguió fiel y entregado la representación, que se efectúa en una teatrillo estable situado al aire libre, en una parte cercada del jardín.
(momento de la representación)
Tal como conté en mi última entrada, el legado de Guentleur, perteneciente a una de las familias de "guiñoleros" más antiguas de París, fue adquirido hará cosa de treinta años por Philippe Casidanus y José Luís González, quiénes trabajaron juntos los primeros tiempos. Luego decidieron seguir rumbos separados, quedándose el asturiano en el teatrillo de los Champs Élysées, y Casidanus en el teatrillo del Parc Georges Brassens. Lo curioso es que se repartieron ambos los personajes: el primero representaría a Guignolet y el segundo a Polichinelle.
Es José Luís González un titiritero a la vieja usanza, en el sentido de que se lo hace todo él, como por otra parte suele ser habitual en este tipo de espectáculos. Sus voces, rotas y poderosas, transmiten los sabores antiguos de las representaciones de títeres parisinas, con viejos juegos de palabras, canciones conocidas por los niños y un tono ácrata que a veces españoliza con alguna que otra palabra suelta.
Para acabar estas entradas sobre París, sólo añadir la profunda impresión que me causó la visita al Musée des Arts Premières Quai Branly, dónde se encuentran ingentes colecciones de arte primitivo. Destacaría las máscaras y la estatuaria procedente de las diferentes islas de Oceanía, verdaderas maravillas que nunca había visto. Pero también todas las secciones dedicadas a los distintos continentes son dignas de interés. Visité también la exposición temporal "La Fabrique des Images", a cargo de Philippe Descola, interesantísima por su manera de ordenar las imágenes según cuatro maneras diferentes de percibir y por lo tanto de crear los objetos y las imágenes que nos envuelven. Para saber más de ella, pulsar aquí.
También visité la exposición en el Pompidou dedicada a Mondrian y al movimiento De Stijl, que resultó ser de lo más interesante, al presentar una visión completa del movimiento, con todas las implicaciones arquitectónicas. Una arqueología del arte abstracto del siglo XX magníficamente presentada por el Pompidou, como suele ser habitual en este centro.
jueves, 13 de enero de 2011
Actualidad de Polichinelle en Paris
Recorriendo las Rutas de Polichinela, me encuentro en París dónde las huellas del personaje abundan, no sólo en el pasado de la ciudad, sino también en su presente. Ayer estuve en el teatrillo que Philippe Casidanus tiene en el Parque George Brassens, en el 15ème arrondissement, como se dije aquí. Y la verdad es que fue un placer no sólo ver el espectáculo sino conocerlo a él personalmente. Lo conocí a través de Bruno Leone aunque nunca habíamos coincidido en nuestros caminos titiriteros. Supe así de una historia que proviene de los años ochenta, cuando él y el asturiano José Luís González, titiritero también residente en París desde hace años, heredaron los títeres y el repertorio del lengendario Guentleur, una familia de titiriteros cuyos orígenes se remontan a 1818. Mientras José Luís González (a quién veré este sábado en su teatrillo de los Champs Élysées) se quedó con el personaje de Guignol, Philippe Casidanus se concentró en Polichinelle.
Me enteré así de algo de lo que ya había oído hablar (Didier Passard me lo confirmó en nuestra charla el otro día) sobre como en el siglo XIX Polichinelle fue gradualmente por no decir “drásticamente” substituído por el nuevo personaje de Guignol, nacido ncomo se sabe en Lyon a principios del XIX y cuyo éxito llegó a París cuando en 1930 se instaló aquí un titiritero del sur, salido de Lyon a causa de la enorme competencia que existía allí ya en aquella época ante el éxito de Guignol.
(El Diablo y Polichinela, de P.Casidanus)
Uns substitución que dejó a Polichinelle algo desplazado como personaje de los teatros de títeres pero que siguió viviendo en el imaginario parisino, como lo demuestra la enorme iconografía existente sobre él así como varias obras escritas para ser representado.
El Polichinelle de Philippe Casidanus sigue el repertorio de Guentleur y utiliza los mismos títeres heredados del maestro, unas magníficas tallas de madera que respiran toda la antigüedad y la frescura escénica de los viejos tiempos. Es un Polichinelle amable, incluso educado (no siempre, claro) y poco belicoso, adaptado a los públicos de su teatrillo, que suelen ser niños de corta edad. El uso de la cachiporra está perfectamente medido según el espectáculo se presente en un interior o en el exterior: más suave en el primer caso (los niños pequeños se asustan cuando hay demasiados garrotazos) y más virulento en la calle, dónde los estacazos son casi caricias al lado de los embistes y los ronroneos del tráfico callejero.
(Casidanus en plena manipulación de Guillaume y Polichinela, visto desde el interior del retablo)
De hecho, el personaje principal, aun siendo Polichinelle por rango y nombre, lo es en realidad Guillaume, un niño que protagoniza la mayoría de las historias y que suele ser la mano derecha o el verdadero artífice que resuelve los problemas de Polichinelle. Otros personajes son Monsieur Boulou (que ejerce también de presentador), el Diablo (de color verde con cuernos amarillos), un oso, un cocodrilo, un Policía y un Genio bueno. También está Pierrot en el repertorio aunque no salió este día.
Phlippe hace todas las voces y manipula en solitario dentro de un magnífico teatro propiedad del Ayuntamiento de París (realizado a partir de los planos hechos por el mismo Philippe) que se encuentra instalado en el parque Gorges Brassens, como antes se ha dicho. Pude ver la función por dentro y por fuera, lo que siempre es una delicia y permite conocer al detalle las técnicas y los trucos del titiritero. La generosidad de Philippe Casidanus se extendió luego antes dos copas de vino con una buenísima información que me proporcionó sobre el personaje y su realidad actual.
Supe así que en París hay unos diez teatrillos de títeres instalados en sus parques, la mayoría dedicados al personaje de Guignol, aunque Polichinelle aparece también de vez en cuando. Una situación que proviene en realidad de la época de Napoleón III, cuando se promovieron con entusiasmo los divertimientos callejeros, una tradición que desde entonces se ha mantenido más o menos vigente. Los títeres son quiénes más han persistido en mantenerse fieles a este legado.
martes, 11 de enero de 2011
Paris y Polichinelle
Llegué de Londres a Paris con la finalidad de concentrarme en esta ciudad y en el personaje de Polichinelle. Y lo primero que hice fue visitar a Didier Plassard, un reconocido estudioso del teatro de marionetas que me recibió con mucha amabilidad. Pude contrastar con él algunas de las ideas que me rondaban por la cabeza sobre la versión francés de la máscara napolitana, ese Polichinelle que durante el siglo XVIII tuvo tanta predicación en Francia y que en el XIX quedó un tanto desfigurado ante la irrupción de Guignol por un lado y por otros motivos más complejos de psicología y sociología histórica del personaje. De todas formas, Polichinelle continúa vivo como lo muestran las diferentes versiones que se siguen ofreciendo en la actualidad. Mañana mismo asistiré a una función del titiritero Philippe Casidanus en el Parc Georges Brassens.
Tampoco hay que olvidar trabajos tan potentes y duraderos como el desarrollado por Alain le Bon con su peculiar Polichinelle, con el que hizo una curiosa identificación personal. O el extraordinario trabajo de los dos jóvenes titiriteros Estelle Charlier y Romuald Collinet, de la compañía La Pendue, creada en Grenoble en 2003, ambos alumnos del Institut de Charleville y que aprendieron la técnica con Bruno Leone.
(el actor Laurent Dupont en su caracterización de Polichinelle)
También a destacar el magnífico trabajo de la compañía Faux Col que vi en Lyon en el año 2006 titulado "Effigie", obra escrita y dirigida por Renaud Robert, con la impresionante interpretación de Laurent Dupont, que ejercía él mismo de Polichinelle como actor y a su vez como titiritero manipulando a su doble de madera, con máscaras y títeres realizados por el artista escultor Francis Debeyre (vi una exposición suya en la Ópera de Lyon dentro del fesival Moisson d'Avril de 2006 que organiza Stéphanie Lefort, de los Zon Zon, titulada "La grimace de Pulcinella", una maravilla que impresionó a todo el mundo). Como puede comprobarse, una vitalidad, la del personaje, digna de ser tenida en cuenta.
sábado, 8 de enero de 2011
Punch en los archivos del V&A Museum de Londres
jueves, 6 de enero de 2011
Londres y los caballos marionetas de War Horse
miércoles, 5 de enero de 2011
Londres y Punch
Para los hispanohablantes, por lo general poco dados a la lengua inglesa, asomarse a esa ciudad constituye siempre un reto y una prueba de fuego por la que hay que pasar irremediablemente si queremos conocer los arcanos de la actualidad. Claro que esos arcanos pueden permanecer ocultos ante nuestros ojos deslumbrados por la grandiosidad de Londres, por sus monumentos que se suceden sin solución de continuidad, por el hablar rápido y a veces indescifrable de sus habitantes, o por sus instituciones que sólo los ingleses son capaces de entender. Por ello es interesante disponer de algún tipo de anzuelo que nos permita pescar en este mar revuelto que sin embargo sigue moviendo los hilos del mundo. Nuestro anzuelo, como muy bien debe haber sospechado el lector, es Punch.
¿De dónde sale y quién es este personaje radicalmente malo, violento, chillón e impresentable, y a su vez divertido, dicharachero, ágil, listo y expeditivo? Ya sabemos que procede del napolitano Pulcinella, quién llegó a Londres allá por el siglo XVII traído por titiriteros italianos. Aunque seguramente ya en la época dorada del teatro inglés, a finales del XVI y principios del XVII, con las figuras eminentes de William Shakespeare (1564-1616) y Christopher Marlowe (1564-1593) reinando en la escena londinense, habría compañías de la Comedia del Arte actuando por todas las ciudades de Europa.
Es Samuel Pepys (1633-1703), famoso por haber escrito un fabuloso diario dónde habla tanto de su época como de las más insólitas intimidades de su persona, quién cita por primera vez una función de Punch and Judy vista en el año 1662, llevada a cabo por el titiritero italiano Pietro Gimonde (por cierto, ¿sería con títeres de guante o de varilla? No se sabe, pues tampoco lo aclara el propio Pepys...).
Pero es a finales del siglo XVIII cuando Punch abandona el refinamiento barroco de los teatros y baja a la calle dónde adquiere la configuración por la que es conocido universalmente y que nos ha llegado, más o menos intacta, hasta nuestros días. Es decir, un teatro de títeres de guante manipulado por un sólo titiritero en un retablo estrecho y cerrado, generalmente alto, y con la personalidad de su protagonista, Míster Punch, ya bien definida como el malvado o más bien acanallado héroe por la que es conocido.
Se transforma entonces en un personaje urbano surgido de las entrañas de la inglaterra industrial, la que Dickens nos describiría en el XIX con tanto realismo: sucia, cruel, despiadada con los pobres y los obreros hiperexplotados de la época, con un aire irrespirable a causa de la polución industrial producida por el carbón, especialmente en los barrios pobres. De este humus un tanto putrefacto surge este personaje que viste elegante, jorobado y narigudo, promiscuo y amoral, cuyo comportamiento encanta a su público callejero y bigarrado, pues suele actuar en las plazas y junto a los mercados, como el mismo Covent Garden dónde Pepys vio en su día al señor Gimonde (una placa conmemora el hecho como muestra la fotografía adjunta). ¿Qué arcanos oculta Punch en sus removidas entrañas arquetípicas? ¿Qué parte del alma inglesa representa, sólo visible cuando se expresa en la calle y con la voz chillona, irreal y extravagante de la lengüeta? ¿Por qué se sintieron tan representados los espectadores que aplaudían y reían sus fechorías graciosas e impresentables?
Sin duda, con Punch hemos dado con uno de los núcleos duros y más ocultos del alma inglesa, la misma que empujó a los marineros del siglo XVI y XVII a rapiñar los mares del mundo y a apoderarse de cuantos bajeles, islas, ciudades y territorios cupieran en sus manos. Así se forjó el Imperio Inglés y así se estableció la hegemonía anglosajona, la cual, tras el relevo tomado en el siglo XX por los EEUU de América, sigue controlando el mundo.
¿Qué nos dice el lenguaje soez y patibulario de Punch, cuando se expresa libremente sin los refinamientos barrocos de principios del siglo XVIII o sin la infantilización actual que se ha impuesto al personaje? "That the way to do it" (..."ésta es la manera de hacerlo"...): garrotazo cuando algo se pone ante nuestros deseos y objetivos. "¡A por ello!" podría ser otro lema. ¿Justicia? Burlarse de ella es lo propio, sobretodo si va contra tus deseos. Luego ya se hará la que sirva a nuestros intereses. Se dirá que todos los Polichinelas tienen lemas parecidos, cierto, pero pocos como Punch se atreven a tanto: tirar al Baby por la ventana o meterlo en la máquina de fabricar salsichas, hacer lo mismo y ensañarse con su mujer Judy, con el policía o el cocodrilo. Colgar al verdugo en su propia horca, y, a la muerte y al demonio, pasarlos sin contemplaciones por la máquina de hacer salsichas. Tales son sus normales fechorías.
Es interesante conocer la opinión de Charles Dickens sobre Punch, al que vio en su estado digamos "puro", cuando actuaba por las calles sin recato alguno a mediados del s.XIX. Dice en una carta (que hemos extraído de la misma Wikipedia: Punch):
In my opinion the street Punch is one of those extravagant reliefs from the realities of life which would lose its hold upon the people if it were made moral and instructive. I regard it as quite harmless in its influence, and as an outrageous joke which no one in existence would think of regarding as an incentive to any kind of action or as a model for any kind of conduct. It is possible, I think, that one secret source of pleasure very generally derived from this performance… is the satisfaction the spectator feels in the circumstances that likenesses of men and women can be so knocked about without any pain or suffering...
Charles Dickens, The Letters of Charles Dickens Vol V, 1847 - 1849
Una opinión que deberían leer todos los maestros poseídos por el expandido virus de la "corrección política" que tantos estragos está causando en los actuales sistemas educativos del mundo civilizado. Una opinión que indirectamente respalda nuestra tesis del "iceberg": sólo desde la inocente ingenuidad de los títeres es posible hablar de cosas crueles y profundas que atañen a nuestra psicología sin rasgarnos las vestiduras, y con un mínimo de decoro más o menos culturalizable.
Detengo aquí la redacción de esta entrada para retomar la calle londinense y acudir al Victoria & Albert Museum, uno de los museos más impresionantes de la ciudad, en dónde me he citado con una antigua conocida y amiga a la que hace mucho tiempo que no veo: Penny Francis. Ella sin duda me aclarará algunas cosas sobre nuestro misterioso personaje y la realidad titiritera de Londres.
"Más vidas que un gato" de Eugenio Navarro
Y es que toca hablar hoy del último espectáculo creado por el dueño, alma mater y titiritero residente de La Puntual Eugenio Navarro, en conjunción con el también titiritero y reconocido constructor de títeres Martí Doy (afinadísimo, como siempre, en su labor). Su título, "Más vidas que un gato", hace directa referencia a la temática de la obra que no es otra que la lucha por la vida y contra la muerte. Una lucha que los títeres tienen ganada, como es bien sabido, y que los titiriteros no tanto, motivo por el que éstos intentan identificarse con sus héroes de madera, para ver si así consiguen algo de su inmortalidad.
Eugenio Navarro ha conseguido crear con este montaje para un único manipulador -él mismo- y con técnica de guante sobre mesa -su primera experiencia en ella-, una obra hecha a su medida exacta y precisa. Ha contado para ello con la inestimable ayuda de Martí Doy, autor de los títeres, como se ha dicho, y responsable de la dirección escénica. Y no podía ser de otra forma con el personaje de Rinaldo como protagonista, conocido alter ego del titiritero que ya en anteriores espectáculos sacó a relucir en títulos como Trinoceria, Zespión y Caramante.
Rinaldo se ha convertido, especialmente en esta última entrega, en un personaje muy cercano a su autor, una especie de doble con el que dialoga y con el que se siente muy a gusto. La razón es que comparten parecidas actitudes vitales, con opiniones que el títere se permite llevar a sus extremos. Tras ocupar papeles secundarios en el reparto de la compañía de títeres La Fanfarra (mayordomo, presentador, guardián de torres y princesas, y hasta comadrona), Rinaldo se permitió siempre estallidos de euforia e improvisaciones cuando salía al escenario, sorprendiendo al público y a su propio manipulador. Fruto de estas improvisaciones, surgió la personalidad del actual Rinaldo, que Eugenio ha ido refinando con los años hasta llegar a esta última entrega, en la que el personaje alcanza su más lograda quintaesencia.
Lo bueno del espectáculo de Eugenio es que sin salirse del personaje y desde una fidelidad absoluta a su filosofía de vida, los temas clásicos del titiritismo universal se suceden con graciosa y aplomado armonía: una historia de amor mundana y única, la llegada del baby y su educación, la relación con el cónyugue tras el paso de los años, y el enfrentamiento con la inevitable Muerte. Todo lo resuelve Eugenio, quiero decir Rinaldo, aplicando las leyes del mínimo esfuerzo y del más elemental sentido común, pero sin perder el gusto y la ilusión por la vida y los placeres especialmente mundanos. Tal es el secreto de esta obra que equipara a los títeres con los gatos, en cuanto seres que disponen de, como mínimo, siete vidas. ¿Cuántas vidas tiene un títere? Por de pronto, tantas como espectáculos protagoniza. Y eso sin contar los años de estar en el baúl y, si hay suerte, de permanecer expuesto en algún museo. Lo que sumado da ya unas cuantas vidas.
Ante estas realidades ontológicas relativas al tiempo, se entiende que el titiritero quiera aproximarse al máximo a sus criaturas, especialmente a las que se saben mimadas por el guión, el público y el propio titiritero. Rinaldo indica entonces el camino a Eugenio y a los mismos espectadores, los cuales pueden vivir, a través de la representación, la catarsis de enfrentarse al tiempo y a la muerte desde la humildad que proporciona el teatro de títeres.
Creo que Eugenio ha conseguido con "Más vidas que un gato" un espectáculo precioso y refinado, profundamente filosófico y técnicamente sencillo, en el que la ingenuidad del personaje va pareja a su desparpajo y a su humilde genialidad. Un espectáculo hecho a su medida y que, tras el obligatorio rodaje, será como llevar un guante para su único manipulador. Suerte, pues, y muchas vidas para Rinaldo y sus autores.