domingo, 17 de octubre de 2010

Galicreques: repleta semana de títeres en Santiago de Compostela

Los festivales se suceden como nubes pasajeras que iluminan temporalmente las ciudades y las llenan de títeres y de actos jocosos y complementarios. Son momentos importantes de encuentro entre titiriteros y de gozo para los espectadores que gustan de estos manjares escénicos sazonados con las exquisiteces del teatro visual, de títeres y de objetos. En Santiago, el Festival, llamado Galicreques, cayó del 2 al 10 de octubre, metida la ciudad en pleno Año Santo Jacobeo.

Detrás de los festivales están siempre los benditos (y a veces sufridos) organizadores, que se desviven para ofrecer a los artistas actuantes y a los espectadores asistentes lo mejor de lo mejor: buenas condiciones y acomodados escenarios para unos, espectáculos interesantes y sobresalientes para los segundos. En Santiago, ambos requisitos se cumplieron con extraordinaria generosidad y la ciudad vibró durante ocho días de enfebrecida actividad titiritera para el regodeo de todos.

A destacar, pues, la labor incansable de Cachirulo y su equipo, capitaneados por Jorge Rey y Carmen Domech, siempre al quite para las urgencias y las necesidades del Festival, atentos a los invitados y presentes desde el inicio hasta la queimada brujeril que marcó el punto y final de la fiesta el último día.

Títeres es sinónimo de dualidad en un sentido estricto y objetual, y las ciudades que los alojan se enriquecen con esa disciplina que habla y experimenta con la alteridad, la aplican al pie de la letra y obligan a los espectadores a entrar en la rica dinámica del desdoblamiento. ¿Qué más puede desearse que una vez al año algunos privilegiados espectadores reciban dosis intensivas de pedagogía desdoblatoria? Tendría que ser algo obligatorio para las poblaciones atrapadas por la univocidad, el pensamiento único y la exclusión del Otro. Esta necesidad es lo que sitúa al teatro de marionetas en la vanguardia del arte actual, y los festivales que se le dedican deberían ser mimados por ello como preciosos estímulos a la mejora de nuestra civilización.

Tuve la suerte de asistir, como participante y espectador, al Galicreques de este año, y procedo a comentar los acontecimientos que más me llamaron la atención así como algunos espectáculos que pude ver.


25 aniversario de Títeres Cachirulo y exposición en Arteria Noroeste.

No ocurre cada día que una compañía de títeres cumpla 25 años de existencia. Cuando ello sucede, hay que celebrarlo y la mejor manera, además de las fiestas, los espectáculos y los parabienes, es mostrar el trabajo realizado durante esos años. Eso es lo que hizo Títeres Cachirulo, grupo formado en 1985 por Jorge Rey y Carmen Domech en Santiago de Compostela, con una magnífica exposición desplegada en la sala de Arteria Noroeste (la flamante nueva instalación de la SGAE en Santiago) que muestra marionetas de los distintos espectáculos creados por la compañía. Hay marionetas de hilo (de “Úbue non Outeiro”, 1985), marionetas de varilla inspiradas en cuadros de Picasso (en “A Bela e a Besta”, 1988), morotes y bunrakus hechos de diferentes materiales de reciclaje (en “Noite de verán”,1990), grandes muñecos como los de “A illa do tesouro” (1995), títeres de guante y varilla (en “El Rei Artur e a abominable dama”, 2001), sombras chinescas (en “Cousas de Castelao”, 2003), marionetas al estilo belga (en “A pedra que arde”, 2004) o trabajos más recientes como las marionetas de mesa de “A Historia de Apalpador” (2009).

Un conjunto que muestra el inmenso trabajo realizado por los dos titiriteros de Cachirulo, con una abertura increíble de miras y horizontes, como lo muestra la variedad de títulos y registros empleados. Si le sumamos la magnífica revista Bululú, una de las más logradas del país, los años de programación del Teatro Yago y la realización del Festival Galicreques, no hay duda que Cachirulo constituye uno de los grupos más activos y emprendedores de la Península. Que su energía no desfallezca y el futuro les depare éxitos y larga vida!


Cursos: el desdoblamiento de Internet

A parte del curso que impartí sobre el lenguaje del títere popular y su aplicación a las nuevas dramaturgias contemporáneas, tuve la gran suerte de asistir al que dio José Bolorino sobre Internet. No es en absoluto un tema baladí: aunque se aparte de la creación en un sentido estricto, Internet es en si un descomunal desdoblamiento colectivo de la realidad al que estamos metidos de lleno y del que no hay forma de escapar. Para bien y para mal, todo se halla hoy en día desdoblado en el ciberespacio: los teatros, las compañías, los proyectos, los individuos, los festivales, las revistas… La realidad ya no se basta a si misma: necesita su complementariedad virtual o imaginaria, que la revolución digital permite. Lo abstracto se suma a lo real y lo desdobla, a la vez que lo interrelaciona con todo lo demás. De lo concreto y lo local se salta a lo abstracto que, gracias a las matemáticas y a la tecnología de las comunicaciones, entra en un espacio universal de contacto, creación, intercambio y almacenamiento de información.

Los títeres, dobles de los titiriteros, se desdoblan a su vez en sus dígitos matemáticos que los representan en lo virtual. Un teatro de títeres multiplicado por dos en el que los titiriteros deben saber matemáticas, programación y los trucos habituales de la navegación cibernética. Sobre esta nueva disciplina de la dualidad sin hilos nos habló el titiritero José Bolorino, dándonos las herramientas indispensables para manejarse por unos terrenos que por un lado parecen oponerse al “directo” del teatro pero que, por el otro, lo “complementan” en los dominios intangibles pero universales de la imaginación abstracta.


El Premio Galicreques 2010 a Julio Michel.

Si el año pasado le tocó a Iñaki Juárez, del Teatro Arbolé de Zaragoza, el de 2010 recayó en Julio Michel, director de Titirimundi, el Festival de Títeres de Segovia. Un premio entrañable y honorífico que el festival otorga a personalidades del mundo titiritil español.

Bien conocida es la figura de Julio Michel, fundador del grupo Libélula, uno de los históricos del país, y creador de Titirimundi, un festival que con los años se ha instituído como uno de los más importantes e influyentes del país. Un prestigio ganado a pulso por el premiado titiritero, quién tuvo palabras de agradecimiento y se congratuló de que un festival premiara a otro, saltándose las típicas rencillas que suelen existir entre ellos, obligados como están a competir. Se vio aquí la madurez humana y profesional de los responsables de Galicreques, los titiriteros Jorge Rey y Carmen Domech, del grupo Cachirulo, capaces de reconocer el mérito de la competencia. Muestran sobretodo inteligencia operativa y civilizacional al substituir competitividad por amistad y colaboración. Una actitud de la que todos salimos ganando.

Michel habló de su festival y desveló algunas de las claves de su éxito: la estrecha complicidad lograda entre los habitantes de la ciudad y los titiriteros participantes, más el apoyo de las instituciones que desde un principio apostaron por el Festival. Una visión inteligente de estrategia urbana y cultural que Julio Michel ha sabido defender durante 25 años. Un éxito que Galicreques ha querido premiar con este estimulante reconocimiento. El “brujo” Michel nos encantó con sus palabras del mismo modo que ha sabido encantar y seducir a sus conciudadanos y a los políticos de Segovia y de Madrid. El acto acabó en el restaurante con buenos vinos y los oportunos bríndises .


Espectáculos

Com es lógico, me fue imposible asistir a todas las representaciones programadas, que fueron muchas, pero sí pude ver algunos espectáculos, todos ellos dignos de ser reseñados por sus muchas y variadas cualidades.


El muchas patas volador. De Colombia, concretamente de la ciudad de Cali, actuaron en el Teatro Principal el grupo Pequeño Teatro de Muñecos. Un encantador espectáculo para todos los públicos en el que los actores Gerardo Potes y Leonor Amelia Pérez, asistidos en la técnica por Juan Sebastián Potes, nos ofrecieron una brillante actuación con títeres manipulados a la vista. El personaje protagonista, este “muchas patas” del título, es un cangrejo niño que aprende a ser mayor. Su abuelo le enseña lo elemental, es decir, lo que debe saberse para sobrevivir. Lo “añadido”, eso que cada uno debe aportar por si mismo, lo va aprendiendo “a su aire”, literalmente aplicado en este caso, pues del aire procede un pájaro que le induce a construirse el nido en la cima de un árbol en lugar de enterrarse en la arena. De ahí le viene el deseo añadido de volar, es decir, de vivir en libertad.

Los de Cali ofrecieron esta bella historia del cubano Onelio Jorge Cardozo con un poético hacer y una puesta en escena muy colorista, inspirada en el folclore y las tradiciones orales de la costa colombiana. Se notaba la buena escuela actoral de los titiriteros, que resolvieron las diferentes escenas de la historia con maestría teatral y un ritmo vivo y musical. Los muñecos, muy bien resueltos visualmente, dieron la talla necesaria, y el espectáculo fue calurosamente ovacionados por un públic entregado a los actores titiriteros.


Alí Babá y los Cuarenta Ladrones. Xarop Teatre de Castellón nos obsequió igualmente en el Teatro Principal con una magnífica puesta en escena de títeres y actores de la conocida historia oriental. Con muñecos y escenografía construídos por el colombiano afincado en Castellón Pestalozzi Parra Perdomo, de la compañía Tesis Teatro, la representación corrió a cargo de Carles Benlliure y Josebi Papiol. Se nota aquí la magnífica escuela actoral y de mimo de Benlliure, verdadero motor dinámico del espectáculo, con una interpretación de gran virtuosismo técnico. Títeres y actores se intercambiaban los papeles en una estudiada interacción entre ambos registros: se entraba así y se salía sin problemas del retablo de los títeres convertido por Pestalozzi en la cueva de los ladrones.

El espectáculo fue seguido al minuto por el público escolar que acudió a la sesión de la mañana, entregado a la acción y a las peripecias de los personajes de la obra, que los de Castellón encarnaron con talentoso oficio, ayudados por una muy eficaz banda sonora. Una obra redonda a cargo de una compañía de Valencia de exquisita profesionalidad y con muchas horas de vuelo.


O Asombro. Nos llegó el asombro de la mano de la joven compañía gallega Fantoches Baj que presentó una original e innovadora lectura de textos del poeta Uxío Novoneyra (1930-1999), quién fue desde 1982 hasta su muerte Presidente de la Asociación de Escritores en Lingua Galega. Considerado como un clásico de la poesía escrita en lengua gallega, tuvo por lo visto una gran importancia en el resurgimiento literario del gallego contemporáneo.

Con dramaturgia, puesta en escena e interpretación de Inacio Otero, el espectáculo presenta un interesante cruce entre teatro poético, documental y de objetos, con un acompañamiento musical en directo de Benxa Otero y el apoyo de un televisor con impactantes imágenes de video que rompían rítmicamente de vez en cuando la acción. El narrador, recitador o “performer”, Inacio Otero, nos encandiló con las palabras de Novoneyra, de una rotunda musicalidad que se dejaba escuchar con verdadero placer, mientras creaba un sugerente universo de trazos inscritos con tiza en un tablero inclinado, o mediante una estudiada manipulación de libros que eran como los ladrillos de una ilustración abstracta de las palabras que surgían de ellos. El espectáculo de los Otero consiguió asombrar al público, fascinado por el frescor impactante de la propuesta.


Viento Pequeño. El conocido grupo andaluz de Jerez de la Frontera La Gotera de Lazotea presentó en el Teatro Principal un delicioso espectáculo de títeres sobre la historia de un viento pequeño que aún no sabe a qué dedicarse. ¿Será el viento de las tempestades marinas, el de los huracanes, el de los molinos de viento…? Con un lenguaje sencillo, un magnífico texto lleno de referentes poéticos de rico sabor andaluz y una interpretación honesta y relajada, los veteranos Eva y Juan Manuel nos deleitaron con una original obra de creación propia.

Comprendí al ver a los de Jerez como el oficio y la veteranía habían hecho su trabajo tan a favor suyo, demostrando que los años no pasan en balde, al propiciar la depuración del estilo, el extraordinario dominio de la voz y el aplomo actoral de los manipuladores. Con música en directo a cargo de Juanma, las voces seguras de ambos, el apoyo de una eficaz banda sonora y una escenografía muy lograda y funcional, la obra discurrió con poético encanto, ritmo seguro y perfecto enganche del público. Éste premió a la Gotera con calurosos aplausos a los que me sumé con entusiasmo.


Desde mis bolsillo. Con este título la actriz argentina Norma Suzal presentó en el Teatro Arteria (centro de la SGAE de Santiago) su espectáculo de cuentos dirigidos a niños a partir de 3 años. Fue la suya una interpretación exquisita y llena de expresividad, humor y delicadeza, destacando su presencia ni frívola ni ñoña ni pedante ni pedagógica, sino todo lo contrario, llena de tacto hacia un público que para mi es de los más difíciles: los más chicos. Lo consiguió Norma ayudándose de pequeños objetos que iba sacando de sus bolsillos y a partir de los cuales armaba sus cuentos, pequeñas joyas literarias pertenecientes a distintos autores expuestos con la necesaria sencillez de lo complejo que exige este género teatral y narrativo.

Suzal mostró un altísimo dominio del oficio propio de alguien curtida en los distintos géneros teatrales. Con esta primera incursión en el mundo de los objetos, la actriz nos dejó entrever sus enormes posibilidades en este campo de la animación teatral de títeres y objetos, que por lo visto piensa desarrollar en el futuro. Esperamos con ansia sus próximos trabajos.


Do Re Mi Mozart xoga aquí. Con este título presentó el grupo Cachirulo de Santiago (artífice de Galicreques y de otras tantas iniciativas teatrales) su último espectáculo de marionetas de hilo manipuladas desde un puente a cargo de Jorge Rey y Carmen Domech. El oficio de Cachirulo impregnó de arriba a abajo esta obra de ardua ejecución que sin embargo consiguió lo más difícil: dar vida y convertir en un alegre y divertido sainete una obra de marionetas de hilo. Un sainete para niños pero repleto de frases ingeniosas y de juegos de palabra que la capacidad improvisatoria y la calidad de las voces de los dos manipuladores convirtieron en jocosa obra para todos los públicos.

El personaje de Patachín Patachán y el de la vieja cocinera fueron para mi los más logrados, con textos y hablares que por si solos podrían aguantar todo el sainete. Los fragmentos de música de Mozart embelesaron los oídos del respetable, mientras un divertido juego de notas musicales parlanchinas y juguetonas hilaba la acción de las escenas entre si. El virtuosismo vocalizador e improvisatorio de Carmen y Jorge nos deleitó, cosechando los merecidos aplausos del público que llenaba la sala.


Allegro Vivace. Con este espectáculo de cabaret se presentó el Teatro Estatal de Varna, de Bulgaria, con un equipo de cuatro manipuladores que mostró al público de Santiago el dominio que sobre este tipo de teatro tienen los titiriteros de los países del Este. En efecto, el trabajo de los de Varna entra de lleno en lo que podría llamarse la “escuela post-soviética” del teatro de marionetas, con obras que buscan romper las rigideces de antaño y que aúnan modernidades occidentales con las tradiciones locales. En este caso, las marionetas imitan y parodian con enorme gracia y virtuosismo a músicos e intérpretes vocales, una corriente que se inicia con el mismo Obratzov de Moscú y que ha tenido numerosos continuadores por todo el mundo.

El esquema del espectáculo se basa en el siempre sugerente mundo del “back stage”: lo que sucede en el escenario una vez ha bajado el telón y los actores desaparecen. ¿Qué ocurre con sus vestidos, sus pelucas, sus plumas y sus instrumentos? Lo inanimado cobra vida, el atrezzo se levanta de sus estantes y cajones, y otro espectáculo nace dónde el silencio parecía haberse impuesto. Un Allegro Vivace que fue muy aplaudido y gozado por el público.


¡Que viene el lobo! El grupo Kamante, de Asturias, mostró en el Teatro Arteria este espectáculo que ha sido uno de los éxitos más sonados de las últimas temporadas titiriteras del país. Con texto e interpretación de Luisa Aguilar y con escenografía y dirección de Luís Vigil, los de Kamante han logrado un montaje de una profunda carga poética con la simple historia de un lobo que escapa del Zoo y pretende convertirse en “lobo de cuento”. La idea en si está ya repleta de sugerencias e invita al espectador –y a los titiriteros– a entrar en el mundo de la imaginación de los cuentos. Al principio se imponen los tópicos y la convención: el lobo debe ser feroz. Varias historias ilustran esta necesidad. La más divertida es la de la Caperucita Roja, en cuya hilarante versión la misma niña incita al lobo a ser feroz y a zamparse a la abuelita. Hasta que el lobo descubre que el secreto de ser lobo de cuento es la libertad que da la imaginación: poder ser como a uno le da la gana ser.

Lo bueno del montaje es que sin rehuir la complejidad del argumento, repleto de episodios muy distintos entre si, logra que todo encaje y se suceda con exquisita fluidez, mediante un ritmo perfecto de texto y acción, una aparentemente sencilla escenografía, cambiante y funcional, y una interpretación de Luisa Aguilar justa y medida, despojada de cualquier exceso que enturbie la claridad de la historia. Más de cuatrocientas funciones han premiado este montaje por todo el territorio español, aunque ignoro si en la catalana Cataluña se ha representado alguna vez…


Otros grupos y montajes.

Como dije al principio, era imposible asistir a todo. Me perdí cosas tan interesantes como el trabajo de la titiritera chilena Elisabet Guzmán, de La Candelilla, la compañía histórica de Tito Guzmán, o el del también chileno César Parra de Vagabundo Títeres, ambos muy comentados y alabados por quiénes tuvieron la suerte de verlos. También del Teatro Arbolé me perdí “La gata con botas”, y del grupo gallego A Xanela do Maxín, “O reio destronado”. Igualmente “Una vida de cuento” del Pizzicatto Teatro y Títeres, de Madrid. Obras todas que recibieron muchos parabienes.

Otro asunto son los trabajos de la calle, de gran importancia, algunos de los cuales se reseñan en los siguientes párrafos.


Las calles de Santiago, iglesias y contrastes.

Estar en Santiago durante un Año Santo Jacobeo no es un tema baladí que debamos ignorar en el asunto que nos concierne. Los años jacobeos del siglo se cuentan con los dedos de las manos (catorce sin ir más lejos) y el próximo no será hasta el 2021. Se entiende que los interesados en gozar del Jacobeo sin salir del país (Roma ofrece también estos servicios de perdón espiritual) se hayan apresurado a acudir a Santiago antes de que termine el año. Y faltaban sólo dos meses y veinte días para que ello ocurriera. También se entiende que los ciudadanos de Santiago esperen los Saños Santos Jacobeos con verdaderas ansias, preparados para acoger a los ríos de visitantes y peregrinos que no cesan de llegar, la mayoría en avión y coche, aunque muchos a pie por los caminos terrestres de la Vía Láctea.

Todos estos considerandos explican la tremenda afluencia de público que llenó las calles de Santiago durante los días del Festival, con colas interminables para entrar en la Catedral, condición sine qua non para el perdón de los pecados. La más larga de las colas era la de la Puerta Santa, bien guardada por dos policías nacionales encargados de que nadie se colara. Tengo que decir que mis obligaciones con el Festival me impidieron transitar por esta puerta, aunque sí pude el último día entrar en la Catedral. El impacto, con una densidad humana superior a la del metro de París en sus peores horas de tránsito, fue descomunal y entiendo que la gente se emocione ante semejantes aglomeraciones. Menos mal que el techo de la iglesia es alto y aunque había trabajos de restauración, con profusión de andamios y de maquinaria motorizada en marcha, las campanas se dejaban oir de vez en cuando.

Lo que más me gustó fue visitar el Museo de la Catedral. Las piezas recuperadas del antiguo coro, obra del Maestro Mateo, constituyen una maravilla impresionante que no hay que perderse. También las figuras de caliza policromada del primer piso, obras del siglo XIV, como la Virgen preñada y el ángel de la anunciación traídos por una reina portuguesa, o la magnífica imagen de San Miguel pesando a dos almas mientras con una lanza mantiene sujeto a Satanás retorciéndose por los suelos. Otras maravillas son los tapices de Rubens o los realizados a partir de los cartones de Goya del último piso.

Todas estas imágenes no hacen más que estimular nuestra sensibilidad titiritera. Bien sabida es la capacidad desdoblatoria del Catolicismo, tan propenso a llenar las iglesias de figuras que nos reproducen en sentidos figurados y alegóricos, en nuestras facetas santas o diablescas, cuando no mortuorias. Para mi, es un placer de lo más excitante visitar los interiores de las iglesias, verdaderos museos de marionetas estáticas que viven y se mueven sin embargo en la imaginación de los creyentes como si sus almas fueran retablos dónde ángeles, dioses y demonios se movieran con plena libertad. Por eso animo a los festivales de titeres a colaborar con curas, conventos, iglesias y monasterios, a los que sin duda encontrarán como cómplices en las tareas de la manipulación de las almas, sea con fines religiosos o sin ellos. Aunque tal vez sea demasiado pronto para semejantes atrevimientos, más propios de épocas futuras de la humanidad con mayores grados de civilización y capacidad desdoblatoria.

Sirva todo lo dicho como introducción al ambiente extraordinario de las calles de Santiago, lo que explica el excelente acogimiento que tuvieron los espectáculos que allí se presentaron.

El que más sorprendió por chocante y exótico fue el del señor Nalin Gamwari, del Sri Anura Puppet Society, de Sri Lanka, con sus Danzas Tradicionales. Tenía su gracia que al lado mismo de Plaza Praterías, al final de Rua Nova, figuras que representaban a divinos o feroces dioses de la mitología hindú compartieran cartel con los santos apóstoles y el mismísimo Santiago, Patrón de España. El frenesí de los bailes y de la música hindú que salía de los altavoces de Nalin Gamwari se alternaba con los compases de las campanas catedralicias y con el humo del incienso que flotaba en el aire de la ciudad. Los paseantes se detenían admirados por el contraste, abiertos al colorido de los dioses indios, batiendo palmas cuando lo pedía el titiritero, o asistiendo temerosos a las invocaciones mitológicas. Una dualidad exquisita de religiones, estéticas y gustos que resultó, al menos para mi, uno de los momentos álgidos del Festival.

En la Plaza do Toural, más alejada de las iglesias y más cerca del jolgorio de los bares y los restaurantes, frente al centro cultural dedicado al pintor surrealista Granell, plantó sus tablas La Estrella de Valencia. La astracanada y el esperpento de la España más cañí y acanallada salió a borbotones de aquel Espanis Circus con los que Gabi y Maite deleitaron –y escandalizaron– al público compostelano. Espléndidos y generosos estuvieron los valencianos, que me sorprendieron muy agradablemente por la madurez de su trabajo, el desparpajo interpretativo y el arrojo que mostraron en un género tan difícil como es el de la astracanada, tan en desuso hoy en día –lo que muestra la actual televisión española está tan fuera de órbita que a su lado, los de La Estrella son unos clásicos academicistas. Y ése fue su mérito: ir a las raíces de un género popular callejero que vive aún en nuestros genes españoles más recónditos. Despertarlos y darles un garbeo fue la función del espectáculo de los de Valencia, con un sobrado Gabi y una espléndida Maite a los que vi en plena forma, y que el público compostelano aplaudió a rabiar.

No vi el carromato de los Títeres Alakrán, Cascanueces e Il Canto del Capro, de Francisco Borxa i Andrea Lorenzetti, con su espectáculo “Os títeres da Via Láctea”, que suelen actuar por los pueblos gallegos y españoles con caballo incluído. El tiempo no lo permitió, aunque sí montaron ellos los retablos en La Alameda. Se me escaparon sus representaciones, tan interesantes en su búsqueda de un lenguaje fresco e irreverente, que harían las delicias del santo público compostelano.

De los portugueses de Alcobaça sólo pude ver el final de su divertido “Theatrum Puparum – Inés de Castro”, que muestra la historia de amor prohibido entre Don Pedro I de Portugal y Doña Inés de Castro. Una historia de curas, monjes, reyes y nobles, cuyos manipuladores iban ellos mismos vestidos de monjes medievales. Suelen actuar en las iglesias iluminados con luces de aceite, a la manera tradicional de los títeres de Santo Aleixo. Sus marionetas de varilla recuerdan a las del Algarve, movidas con sabroso ritmo. Actuaron en la Plaza do Toural, frente a los de Valencia, con gran éxito.

Sin duda me dejo otros espectáculo, tal era la intensidad titiritera que se vivió en Santiago de Compostela durante el Festival. Un éxito que los de Cachirulo se han ganado a pulso, en este encuentro anual de titiriteros de todo el mundo (con una presencia siempre importante de los latinoamericanos, que tienen en el Galicreques una puerta segura de entrada a los mercados españoles y europeos), con cursos, encuentros, premios, comidas y queimadas.


“Citizen”, de los de Chévere en La Nasa.

A modo de colofón de este reportaje compostelano, me gustaría comentar el espectáculo que los de Chévere estrenaron durante la misma semana del Festival en la sala La Nasa, titulado Citizen.

Conozco a Chévere desde hace muchos años, viejos colegas de mi época alternativa, cuando desde el Teatro Malic urdíamos operaciones e intercambios con otras salas del país. La Nasa siempre fue nuestra íntima aliada, incluso llegamos a colaborar en un Festival de Ópera de Peto que ellos hicieron en harmonía con nuestro Festival de Ópera de Bolsillo. Ello explica que conozca bien sus trabajos y a su principal elenco, del cual me considero un declarado “fan”.

Pues bien, con Citizen volví a vibrar como espectador ante el gran trabajo realizado por Patricia de Lourenzo y Manuel Cortés, los dos actores que nos explican en hora y veinte los inicios de la actividad del fundador de Zara. Claro, en la obra no se habla directamente de Amancio Ortega Gaona, aunque tampoco se dice que el personaje no lo sea. El director, Xesús Ron, nos comentó el arduo proceso de gestación de la obra, a partir de los ensayos, con un texto magníficamente escrito por Manuel Cortés. Y realmente consiguieron lo imposible: contar con una extrema sencillez una historia complejísima en la que por el escenario pasaban el fin de la Dictadura, la muerte de Franco, la España de primera Transición, las manifestaciones y los grupúsculos izquierdistas con sus metalenguajes iniciáticos, más la supuesta historia personal e íntima de un personaje que acabaría encumbrado en las alturas de los riquísimos del mundo. Un gallego que supo dar con las batas que sus señoras vecinas querían, con el vestuario que necesitaban los estudiantes de Santiago, y todo ello a precios siempre más bajos y asequibles…

Mediante un sistema de entrevistas que vemos en directo pero también proyectadas en una gran pantalla, Chévere consigue crear un tiempo histórico y narrativo a la vez que teatral, un tiempo que nos introduce en la complejidad de la historia gracias a esta dualidad de planos que funciona a modo de espejos desveladores. Un tiempo que pasa volando, pues al final del espectáculo uno piensa que sólo han transcurrido trienta minutos.

Excelente trabajo de Patricia de Lourenzo, siempre tan vital y dúctil, actriz de una refinada inteligencia que sabe meterse el público en el bolsillo desde los primeros compases. Y aplomada y segurísima actuación de Manolo Cortés, dotado de una extraordinaria sutileza. Esta obra que firma Xesús Ron en la dirección, cada vez más exquisito y refinado, es la primera parte de una trilogía centrada en el susodicho personaje. Una historia de Galicia y de España que los de Chévere tendrán el arrojo de presentar en los próximos meses. ¡Ojalá puedan venir a Barcelona y podamos ver la trilogía entera!

No hay comentarios:

Publicar un comentario